Economía

El socialismo

Rogelio Pontón

Por socialismo se entiende una variedad de concepciones políticas y económicas. Es por ello que hay que distinguir distintos tipos de socialismo.

Existe lo que algunos llaman el ‘socialismo cristiano’. Así, por ejemplo, en los primeros capítulos de «Los hechos de los Apóstoles», en el Nuevo Testamento, leemos que los primeros cristianos ponían a disposición de los apóstoles, voluntariamente, sus bienes en común. Esto está en relación con la concepción escatológica del «Reino de Dios» que se percibe en muchos de los textos del Nuevo Testamento y que fuera destacada por el eminente teólogo, músico y médico, Albert Schweitzer a principios del siglo XX.

En su gran obra «Socialismo» Ludwig von Mises dedica un capítulo analizando el socialismo cristiano y hace hincapié en el sentido escatológico que tiene el mensaje del Nuevo Testamento. En el capítulo 13 del Evangelio de Marcos, se anuncia la venida de Cristo al fin de los tiempos y contestando cuando ocurriría eso se dice: «En verdad os digo, no pasará esta generación que ocurran estas cosas». El significado de la palabra ‘generación’ ha sido analizado por los exégetas y no hay un acuerdo total. Es probable que la primera comunidad cristiana interpretase que después del ascenso de Cristo a los cielos la historia no duraría mucho más. Para un análisis de un gran experto sobre el significado de la mencionada expresión y de otras recomendamos la obra de John Meier, «Un judío marginal», obra en 4 volúmenes que terminarían siendo 7 cuando se publique totalmente. En el tomo dedicado al análisis del «Reino de Dios» se pueden ver las distintas interpretaciones sobre esa expresión y otras, del capítulo 13 de San Marcos.

También se percibe la concepción de poner los bienes en común en los primeros monasterios medievales (estos funcionan, según el economista Walter Eucken, como economías centralmente planificadas. Ver su libro «Cuestiones fundamentales de Economía Política»).

Algunos movimientos sociales de la Edad Media y del Renacimiento tuvieron como finalidad la instauración de un régimen de bienes en común (como ejemplo se pueden mencionar el de ‘los valdenses, en la Edad Media, y la llamada ‘revolución de los campesinos’, a principios de siglo XVI. Para esto se pueden consultar el libro de Michael Frassetto, «Los herejes», y el primer tomo de Murray Rothbard, «Historia del Pensamiento Económico»).

Los fisiócratas eran defensores de la libertad económica, pero su principal autor, Quesnay, escribió a mediados del siglo XVIII su «Tableau Économique», que es un anticipo de una economía centralmente planificada. Esto se puede deducir del libro editado por Mir (editorial estatal de la ex-URSS) titulado «Macroeconomía», que comienza mostrando la ligazón del pensamiento de Quesnay con los posteriores esquemas de Carlos Marx y los planes quinquenales soviéticos.

Cuando Adam Smith escribió su libro «Investigación sobre la Naturaleza y las Causas de la Riqueza de las Naciones», en 1776, en el primer capítulo se ocupó de la ‘división de trabajo’. Lamentablemente, eligió un ejemplo que no era el más apropiado para expresar esa división social del trabajo. Smith nos relata con precisión lo que ocurre en una manufactura dedicada a la fabricación de alfileres y con la experiencia de su tiempo muestra cuanto aumenta la productividad del trabajo cuando cada trabajador se ocupa de llevar a cabo una actividad de las tantas en la que está compuesta la fabricación de un simple alfiler.

En realidad, la intención de Adam Smith era mostrar como esa especialización de la fabricación de un producto expresaba esa división social de la actividades de los seres humanos y, por lo tanto, como esas actividades terminaban armonizándose en el funcionamiento de los mercados, pero su ejemplo podría también expresar, más apropiadamente, lo que es el funcionamiento de una economía ‘centralmente planificada’.

En una economía ‘centralmente planificada’, o de administración central en la terminología del mencionado Walter Eucken, lo que hay que producir, cantidad, técnica, por quienes y para quienes, tiempo de fabricación, etc. están fijados por una autoridad o centro de planificación, y lo mismo ocurre en una fábrica, donde el director o gerente controla todas la actividades a realizar en base a un plan, como era la economía de la ex-URSS, donde el Gosplán, o Ministerio de Planificación, controlaba en base a un plan todas aquellas actividades del país, o como también ocurrió en la economía nacionalsocialista. Es muy poca la diferencia que existió entre la economía soviética y la economía nacionalsocialista. En muchos aspectos son similares. Se puede consultar la obra de Richard Overy, «Dictadores. La Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalín».

Otras ideas de Adam Smith también dieron lugar a una concepción socialista posterior. Según él, hay actividades laborales que son productivas y actividades que no son productivas y entre las primeras considera la actividad agropecuaria e industrial, pero no la de los servicios. En esta concepción, Smith depende en parte de los autores fisiócratas anteriores que sólo consideraban actividad productiva a las actividades del campo, aunque agregando la actividad de los trabajadores en las industrias. Esta concepción se mantuvo también hasta 1990 en la ex-URSS ya que en el cálculo del Producto Bruto según la contabilidad aplicada en ese país, los servicios no se consideraban como parte integrante (los únicos servicios que sí se incluían dentro del Producto Bruto eran los ‘servicios materiales’, como el transporte).

Como fundamento de la equivocada concepción de Smith estaba su teoría del valor, que para él se explicaba casi exclusivamente por el costo de producción. Posteriormente, David Ricardo perfeccionó esta idea, eliminando del costo la renta (a través de su teoría de la renta de la tierra) y el interés (considerando este último producto del ‘trabajo acumulado’), y adoptó una teoría del valor basada exclusivamente en el ‘valor trabajo’, y esto derivó en la teoría marxista de la explotación.

También hay que tener en cuenta que Smith consideraba la armonización a través del mercado por la actuación de ‘una mano invisible’, concepto que es difícil precisar que alcance tiene. De todas maneras, según nuestra opinión, la ‘mano invisible’ de Smith se convirtió un siglo después en el ‘rematador walrasiano’, es decir aquél que ajusta los precios y, por lo tanto, las cantidades, en los mercados de productos y de factores. Un discípulo posterior de Walras y Pareto, nos referimos al italiano Enrico Barone, publicó un artículo en 1908 titulado «Il Ministro della Produzione nello Stato Colletivista», en el que mostraba, a través de un complicado sistema de ecuaciones, como la mano invisible de ese Ministerio podía manejar una economía socialista.

Otro autor que contribuyó al avance de ciertas ideas socialistas fue John Stuart Mill, quien en sus «Principios de Economía» (1848) distinguió entre las leyes técnicas de la producción y las leyes institucionales de la distribución. De la misma manera que la producción se podía dejar librada a la actuación de los productores en el mercado libre, la distribución se llevaba a cabo a través de la actuación de los organismos estatales. Para este autor, ambas leyes, técnicas e institucionales, eran totalmente distintas. Se puede obtener una determinada producción de bienes a través del mercado, pero la distribución de la renta se hace a través de otro medio. Claro que queda un interrogante: ‘yo puede distribuir lo producido con otros criterios distintos a la libertad de mercado, ¿pero puedo volver a producir lo mismo?’ (éste interrogante fue presentado por Friedrich Hayek en una conferencia que dio en la ciudad de Buenos Aires hace varios años. Stuart Mill se fue acercando al socialismo con el paso de los años entre otras razones por la influencia de su mujer, Harriet Taylor).

Otra corriente importante fueron los llamados ‘socialistas utópicos’, como Owen, Fourier y otros, que prosperaron en el siglo XIX (se puede consultar el libro de Martín Buber sobre «Caminos de utopía»). Esta concepción es muy cercana al cooperativismo y en parte se continuó en los desarrollos de los kibutz en Israel.

Otra concepción socialista fue la de Carlos Marx, que fuera bautizada como socialismo científico. La concepción de Marx, más que una visión sobre el funcionamiento de un estado socialista, fue una crítica histórica, filosófica y económica al llamado capitalismo. De todas maneras, en su obra «Manifiesto Comunista», de los años ’40, Marx mencionó algunos caminos del funcionamiento de un estado comunista a través de las estatizaciones de las empresas y de los bancos.

Marx se basó en la teoría económica del valor de David Ricardo que sostenía que el trabajo era la unidad de medida para expresar el valor de intercambio de los distintos bienes. De esta teoría dedujo su concepción de la plusvalía (es decir el robo por los capitalistas de parte del producido de los trabajadores) y mostró como la disminución de la tasa de beneficio empresarial iba a llevar al derrumbe del sistema.

Según Marx, en la sociedad capitalista el trabajo –la fuerza laboral y no sus servicios- es considerado como una mercancía. Su valor es igual al número de horas de trabajo ‘socialmente necesario’ para alimentar al trabajador, instruirlo, vestirlo, etc. y, por supuesto, para que se reproduzca y pueda ser reemplazado en el futuro. Si el costo de todas estas necesidades son seis horas diarias de trabajo y el trabajador produce bienes durante diez horas, el capitalista o patrón se queda con cuatro horas que constituyen la llamada plusvalía (s).

Para Marx el término capital comprende dos cosas distintas. Por una parte, el capital está destinado a pagar los salarios (capital variable –v-), y por otra, el capital está representado por los otros componentes, como máquinas, materia prima, etc. (lo que constituye el capital  constante –c-). Entre estos dos tipos de capital existe una relación. El ratio c dividido c + v es lo que se llama ‘composición orgánica del capital’. Marx veía con claridad que no todas las ramas industriales tenían la misma composición orgánica de capital. Cuando más elevada fuese esa relación más baja sería la plusvalía, dado que el capital variable es el único que la produce, en una palabra: el único que puede ser explotado es el trabajador.

La tasa de plusvalía es igual a la ‘plusvalía sobre el capital variable (s/v)’. La tasa de beneficio es igual a la ‘plusvalía sobre el capital constante más el capital variable (s dividido c + v)’. Con el avance de la tecnología y la incorporación de capital constante en las empresas, la tasa de beneficio tendería a disminuir. Los estudios empíricos demuestran que esto no se verifica en la realidad.

Para Marx, la competencia entre las distintas empresas lleva a una igualdad en la tasa de beneficio de todas las ramas industriales. El siguiente es un ejemplo sacado de la correspondencia entre Marx y Engels:

Industria constante                variable    plusvalía valor total

I                80             +               20             +               10             =               110

II               50             +               50             +               25             =               125

III              70             +               30             +               15             =               115

IV             90             +               10             +               5               =               105

En el ejemplo son consideradas cuatro industrias, con un capital de 100 cada una. Si el producto fuese vendido a su valor marxista, los precios de venta serían los indicados en la última columna, pero como la competencia entre las distintas industrias llevaría a una tasa de beneficio uniforme para todas (55 dividido 4 = 13,75), los precios serían para todos los productos de 113,75. Como se puede observar, este precio, fruto de la competencia, difiere de los valores totales de las cuatro industrias. ¿Cómo transformar los valores en precios? Este fue el gran dilema que Marx y sus continuadores no pudieron resolver.

En el siglo XX un distinguido economista, Piero Sraffa, trató de solucionar el mencionado dilema de Marx. Sraffa fue profesor en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, y tuvo a su cargo la edición de las obras completas de David Ricardo. Su rechazo de  la teoría marginalista, su interés por el análisis de la doctrina ricardiana y su influencia universitaria, lo llevaron a integrarse a un grupo llamado ‘los neoricardianos’. Escribió muy pocos artículos, algunos que son preludio de la teoría de la competencia imperfecta y otros en polémica con Hayek y en defensa de Keynes, todos ellos de gran importancia en la historia del pensamiento económico. Su obra principal es «Producción de Mercancías por Medio de Mercancías» (1960). Esta obra es una crítica a la teoría marginalista. En ella construye un modelo para mostrar como los precios relativos de las mercancías pueden ser explicados por medio de un sistema de ecuaciones simultáneas, del tipo de una matriz de insumo-producto, en la cual el producto es el resultado de un cierto número de insumos. Insumos y productos vienen expresados no en términos de unidades de trabajo incorporado, como lo habían hecho Ricardo y Marx, sino en término de unidades físicas de la mercadería en sí misma.

Otro distinguido economista socialista fue Luigi Pasinetti, que fue discípulo de Sraffa y del cual hemos publicado en este Semanario un artículo analizando su pensamiento. Pasinetti es un eminente economista y su tendencia es la del socialismo cristiano.

A fines del siglo XIX y principios del siguiente la influencia de los autores socialistas se hizo mayor. Hacia fines de la guerra de 1914-1918, en distintos países hubo revoluciones que se hicieron del poder. En primer lugar hay que mencionar la caída de los zares en Rusia, país que pasó a ser la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y también varios intentos socialistas y comunistas en Alemania y otros países.

Los líderes de la naciente URSS no tenían en claro como organizar la economía. Al principio existió un comunismo de guerra (1918-1920), que unido a la guerra entre ‘rojos y blancos’, llevaron a un desorden económico y social total. A partir de 1921 Lenin implantó la NEP (Nueva Política Económica) que dejaba mayor libertad de acción a los productores agropecuarios. Luego, a partir de fines de la década del ’20, se impuso la colectivización de las tierras con la ‘liquidación’ de los kulaks (se estima en varios millones los campesinos deportados que murieron en la heladas tierras de Siberia. Ver el «Tratado Crítico de Marxismo», editado por PUF).

En las décadas siguientes la URSS registró un importante desarrolló industrial llegando a participar en un elevado porcentaje del Producto Bruto de Estados Unidos (el economista Paul Samuelson llegó a estimar una 70 a 80%, aunque esta cifra se demostró posteriormente exagerada). Pero en la década del ’80 la economía soviética empezó a tener serios problemas y finalmente a principios de los ’90 se disolvió y los países que le continuaron adoptaron sistemas diversos.

El país comunista de mayor desarrollo fue Alemania Oriental, sin embargo este desarrollo estuvo muy lejos del alcanzado en Alemania Occidental. De todas maneras, con la caída del muro de Berlín en 1989, el sistema comunista de Alemania Oriental se precipitó en caída y ambas alemanias se unieron.

Se cumplió así lo que manifestó en 1920 el economista austriaco Ludwig von Mises, en su artículo titulado «El Cálculo Económico en la Comunidad Socialista», artículo en donde se muestra que el socialismo adolece de un defecto innato y fundamental que no es posible remediar. «El socialismo implica la abolición del derecho de propiedad privada sobre los medios de producción. En consecuencia, en los estados socialistas no existen mercados para los medios de producción, lo que significa que tampoco se cuenta con precios verdaderos. Ahora bien, sin precios reales, resulta imposible calcular» (Trygve J. Hoff., «El Talón de Aquiles del socialismo»).

«Calcular equivale a obrar racionalmente. La mayoría de nosotros prefiere las cornucopias que se desbordan, el lujo y el derroche, pero en la esfera económica el resultado de una actividad tiene que ser mayor que el esfuerzo gastado, el rendimiento mayor que el ‘insumo’, a fin de que esa actividad justifique la aplicación del término racional» (ibídem).

El artículo de Mises dio lugar a un sostenido debate que se desarrolló, fundamentalmente, en las dos décadas siguientes. La mayor parte de los economistas se colocó en la vereda de enfrenta del autor austriaco (entre ellos podemos mencionar a Lange, Dickinson, Dobb, etc.) y hubo momentos que parecía que la economía comunista o marxista presentaba una mayor solidez que la economía de mercado. Pero posteriormente, las grietas de la economía centralmente planificada comenzaron a mostrarse y finalmente la economía soviética y de los países de Europa Oriental tuvieron que integrarse a las economías de mercado del mundo. Su readaptación no fue fácil, por el contrario, se desarrolló en medio en medio del desorden, el receso y la inflación.

Otro gran desarrollo del socialismo fue el que tuvo lugar en China con el liderazgo de Mao. Recordemos que después de la segunda guerra mundial continuó en China la guerra interna entre los nacionalistas de Chiang Kai shek y los comunistas de Mao. Este último triunfó de 1949 y a partir de ese año comenzó una nueva experiencia comunista.

Toda la tierra pasó a manos del Estado y a mediados de la década del ’50 comenzó el desarrollo de las comunas populares llamado ‘salto adelante’. El resultado de estas comunas fue bastante malo y entre los años 1958 y 1962 murieron de hambre alrededor de 30 millones de personas. Al desastre del llamada ‘salto adelante’ siguieron las luchas internas en la llamada revolución cultural.

Después de la muerte de Mao, en el año 1976, el poder en China pasó a manos de Deng Xiaoping que dio lugar a la segundo revolución china, como muy bien lo dice Eugenio Bregolat en su reciente libro «La segunda revolución china». Veamos un corto resumen del pensamiento de Deng extraído de este libro.

«Deng Xiaoping ha revisado varios de los capítulos fundamentales de Marx, Lenin y Mao Zedong. Según la teoría del valor de Marx, el trabajo es el único factor de la producción generador de valor: una mercancía vale lo que el trabajo que lleva incorporado y el trabajador es acreedor al valor total de su trabajo. La parte del precio de una mercancía que excede al salario pagado para producirla es la plusvalía que se arroga el empresario capitalista, propietario de los medios de producción. Marx rechazó la plusvalía que consideraba resultado de la explotación del proletario por parte del capitalista, así como el instrumento que la hace posible, la propiedad privada de los medios de producción. Tras la revolución se procedería a la destrucción del orden capitalista, es decir desaparecería la propiedad privada de los medios de producción, que serían transferidos al proletariado, y se establecería una economía de planificación centralizada. Marx no aclaró que forma tomaría la transferencia de los medios de producción al proletariado. En la práctica soviética, adoptada luego por China, se tradujo en el monopolio estatal de los medios de producción. Pero en cambio, según la resolución del XV Congreso del Partido Comunista Chino, en octubre del 97, ‘trabajo, capital, tecnología, capacidad empresarial y otros factores de la producción participarán en la distribución de la renta según su contribución’. La teoría del valor y el rechazo de la plusvalía de Marx quedaron muertos y enterrados».

El primer paso de la segunda revolución de China emprendida por Deng Xiaoping en 1978,  fue la abolición de las comunas populares que se crearon a fines de la década del ’50 por Mao Zedong.

Recordemos que esas comunas populares originadas en el Gran Salto Adelante habían arrojado como consecuencia hambrunas de consideración con un número de muertos entre 30 y 50 millones de personas (ver Bregolat, pág 17, citando a Jing Chang y John Halliday, «Mao, the unknown story, 2005). A raíz de ese desastre, Mao había perdido la dirección del país y para recuperarla emprendió con los jóvenes de la guardia roja la llamada revolución cultural a partir de 1965. Deng Xiaoping fue uno de los dirigentes perseguidos durante esa revolución cultural y su hijo, arrojado por la guardia roja desde una ventana, quedó inválido.  Deng, posteriormente, volvió a tomar el poder y desde ese momento ya fue la figura indiscutible del poder chino hasta su muerte en 1997 a los 92 años.

Abolidas las comunas populares, comenzó la entrega de la tierra a los campesinos bajo el régimen de responsabilidad familiar. El éxito fue inmediato y la producción granaria aumentó desde 1978 a 1984 en un 33%. «El valor del producto agrícola y ganadero se multiplicó por 18 entre 1978 y 2000». La renta media de la China rural se multiplicó por 7 veces entre 1978 y 1990.

A la revolución del agro en China continuó la revolución de la industria y el gran desarrollo del país en los últimos veinte años.

Pero también existe un socialismo mucho más equilibrado, como el de los países nórdicos. En Suecia, por ejemplo, rige el principio de «capitalismo en la producción, socialismo en la distribución».

El partido socialista o social demócrata de la Alemania Occidental, tras el éxito de la economía de mercado implantada después de 1948, adoptó también la economía social de mercado. Es cierto que había una mayor intervención estatal, pero las diferencias no fueron tan grandes con respecto a las políticas sustentadas por la Democracia Cristiana que es el otro gran partido que gobernó Alemania.