Economía

La moneda como Institución


Cuando hablamos de institución estamos hablando de un ente permanente, es decir de algo que perdura a través de tiempo. Ello no quiere decir que esa institución no sufra modificaciones a través de tiempo o que, llegado el momento, desaparezca porque se enferma gravemente.

Entre las instituciones de la vida económica, la moneda es una de las más importantes, aunque como expresamos en el párrafo anterior, puede desaparecer (recordemos el Reichmark de Alemania que desapareció por la gran inflación de 1923 y el siguiente Reichmark que desapareció por el cambio de moneda en junio de 1948 y que fue sustituido por el Deutschmark) y, probablemente, hubo un tiempo en que no existió.

Se dice de la moneda que reemplazó al trueque, que no era más que un cambio de tipo directo. La factibilidad del trueque sólo es imaginable en poblaciones muy pequeñas y con un bajo nivel de 'división social del trabajo' y especialización.  

En sociedades más complejas, con división social del trabajo, la moneda se convirtió en una necesidad y adquirió el carácter de 'institución'.

¿Pero qué es la moneda?

A este respecto se han dado distintas respuestas, que no son más que una expresión de las funciones de la misma.

Algunos economistas, entre ellos el que fuera uno de los líderes de la Escuela de Friburgo, Walter Eucken, sostenían que la característica principal de la moneda era la de ser unidad de medida o contable en el intercambio. Los precios de los distintos productos se tenían que expresar en una determinada unidad monetaria para que el intercambio de un bien por otro se pudiera concretar.

Otros autores, como el austríaco Ludwig von Mises, sostenían que la moneda era un 'medio indirecto de intercambio' y esta función englobaba también la de ser 'unidad de medida', dado que en caso contrario no podría cumplir su función en el intercambio.

En el fondo, tanto la función de unidad de medida como la de medio indirecto de intercambio se necesitan mutuamente. No habría intercambio alguno si la moneda no fuese unidad de medida y no tendría más que un valor totalmente teórico si no sirviese para la realización de los intercambios. Como lo mostró brillantemente Carl Menger en su obra " Principios de Economía " (1871), la moneda derivaba de una mercancía de uso generalizado (capítulos IX y X de su obra).

Diversos autores fueron agregando otras funciones a las dos mencionadas, funciones que llamaríamos 'derivadas'. Por ejemplo: la moneda permite el intercambio no solo en un espacio cercano sino, también, entre productos cuyos oferentes y demandantes están espacialmente alejados. Y más aún. La moneda permite el intercambio entre bienes no solo en el presente sino de bienes o servicios separados temporalmente. En este sentido, la moneda actúa como una especie de acumulador de valor en el tiempo.

Esta última función, que une el presente con el futuro, sólo es posible si la moneda mantiene su valor a lo largo del tiempo. Esto permite el ahorro que es la base de la inversión y, consecuentemente, del crecimiento económico. Si la moneda se enferma, lo que ocurre en un proceso inflacionario, pierde en primer lugar su habilidad para acumular valor en el tiempo.

Para que la moneda pueda mantener su estabilidad, es fundamental que no esté afectada por la inflación o la deflación, que no son más que enfermedades monetarias.

Una economía moderna, de mercado, tiene millones y millones de artículos, muchos más que las que tenía la ex Unión Soviética, en los años '80, para la que se estimaban alrededor de 25.000.000 de artículos y bienes diversos. Y todos esos artículos tendrían un determinado precio expresado en una determinada cantidad de unidades monetarias.

Los mencionados son precios absolutos: un kilo de pan tiene un determinado precio y un kilo de carne otro precio. La relación entre esos dos precios se llama 'precio relativo'. Pero el precio del pan se puede relacionar también con los precios de los millones de los otros artículos existentes y eso se puede hacer con el precio de todos los bienes. Por lo tanto, tenemos millones de precios relativos resultado de millones elevados a una potencia de 7 (siete).

Recordando que los precios son señales que responden a la apreciación subjetiva de los distintos actores de la economía y a la influencia de otras variables (costos, existencias, etc.), los mencionados millones de millones de millones de precios relativos, también varían, y podrían dar lugar a un modelo teórico de 'arreglos repetitivos' con una potencia elevadísima, mucho mayor a la cantidad de átomos que hay en el universo y que el eminente físico Walter Thirring estima en 10 a la 88 (ver su libro "Cosmics Impressions", recientemente traducido al español).

Que los precios cambien no es malo, ya que al ser señales deben informar a todos los operadores de los cambios de apreciación que se producen en forma continua. Si no cambian es que la economía está congelada, muerta. Pero si además de las alteraciones naturales que los precios tienen le agregamos las alteraciones que se producen porque la unidad de medida no es un metro estable, la situación se torna mucho más compleja. La genética de los mercados se altera como se altera la genética humana si en el cromosoma 21 en vez de dos hay tres cromosomas (lo que se llama trisomía 21, que produce el Síndrome de Down, descubierta por el eminente y olvidado genetista francés Jerome Lejeune). Lo mismo pasa con la genética de los precios relativos.

La emisión de moneda, es decir el deterioro de su estabilidad, lleva a una distorsión mayor de los precios relativos.

Pero de la misma manera que la emisión de moneda produce inflación y distorsión en los precios relativos, la disminución de la cantidad de moneda, o deflación, también produce una distorsión en los precios relativos. Tanto la inflación como la deflación son enfermedades de la moneda.

La relación de la moneda con la cantidad de bienes producida en un país, se torna más compleja cuando se le agrega la relación con otras monedas de otros países. Esta relación genera nuevas alteraciones de los precios relativos en el país original pero también produce alteraciones en los precios relativos de los otros países.

Todo lo anterior nos hace pensar que la mejor política monetaria es aquella que no produce alteraciones en los precios relativos (por inflación o deflación) pero, al mismo tiempo, que no está afectada por las oscilaciones de los tipos de cambio con otras monedas. Es por ello que lo más lógico es que exista una sola moneda a nivel internacional. Pero a veces, lo más lógico teóricamente, puede encontrar obstáculos en la vida política.

En el Semanario anterior, y siguiendo un artículo escrito en 'Ámbito Financiero' por el Dr. Enrique Blasco Garma sobre el euro, se ha mostrado la importancia que tiene, ya sea domésticamente como en la relación económica entre las diversas naciones, el tener una unidad de medida común para evaluar el precio de los distintos bienes. También se mostró que esto no tiene nada que ver con la diferente productividad que tienen las regiones y las naciones. La defensa desarrollada por el economista de Chicago, Prof. Milton Friedman, de tipos de cambios fluctuantes, puede quizás equilibrar las mencionadas alteraciones en el largo plazo, pero en el corto plazo introduce demasiado ruido en el sistema.

Pero en este punto se abre un nuevo interrogante: ¿Cómo tendría que ser esa moneda internacional?

Se han propuesto distintas monedas internacionales. Veamos:

a) Una moneda metálica como fueron en su tiempo el oro y la plata.

b) Una moneda emitida por un banco internacional, creado al efecto, como lo propuso Lord Keynes a fin de la segunda guerra mundial (recordemos que el ilustre economista propuso la creación de una moneda llamada 'Bancor', emitida por un Banco Central Internacional).

Adoptar una decisión a este respecto no es tarea fácil, pero creemos que se pueden enunciar una serie de condiciones sobre como tendría que ser esa moneda:

a) Una primera condición es la de la estabilidad monetaria.

b) Una segunda condición es externa a la moneda y es la de la disciplina fiscal que tienen que tener todos los países que la adoptan. Lamentablemente, muchos no están dispuestos a seguir esa disciplina.