Economía

Comercio libre o Proteccionismo

Rogelio Pontón

Todos hemos escuchado la historia de 'Yo, un lápiz', el famoso cuento de Leonard Read y que hiciera popular el matrimonio   Friedman. El cuento nace de una conferencia donde Read preguntó a un conjunto de empresarios si alguno de ellos 'sabía como fabricar un simple lápiz de grafito'. Nadie contestó porque imaginaba que la pregunta era por demás capciosa. Entonces Read comenzó a narrar como para fabricar un lápiz se necesita madera, y para disponer de ésta se necesitan hachas o sierras, y para producir estos implementos se necesita acero, y mineral de hierro y carbón de coke, y así sucesivamente. Para cortar los árboles los trabajadores tienen que alimentarse y necesitan viviendas, y para transportar la madera se necesitan barcazas, camiones o ferrocarril. Y luego la madera se transporta a las fábricas donde era cortada en listones. Y luego estos se envían a las fábricas de lápices en donde hay que agregar la mina de grafito, el latón, la goma, etc. etc. Algunos de estos elementos hay que traerlos de países extranjeros en buques o en aviones. En un simple lápiz de grafito se enlaza la actividad de millones y millones de personas y cuando un escolar compra ese pequeño lápiz da movimiento aunque de una manera imperceptible a nuestros ojos a todas esas actividades laborales.

  Gran parte de las mencionadas actividades laborales son comerciales y la historia de "Yo, un lápiz" nos sirve para ver otro flanco que contribuye al desarrollo y que son las relaciones comerciales no sólo con los habitantes y empresas del país sino, también, con los habitantes y empresas del resto del mundo.

  Existe una doctrina que rara vez es cuestionada por los economistas: la de los beneficios de la división internacional del trabajo. Esta doctrina tomó cuerpo con la obra de Adam Smith (1776) que desarrolló la teoría de las ventajas absolutas y fue posteriormente perfeccionada por James Mill, David Ricardo y otros autores con la llamada "teoría de los costos comparados" (ventajas relativas). Eminentes economistas como Ohlin, Viner, Haberler, Samuelson y otros la perfeccionaron.

  De todas maneras y a pesar del avance de la ciencia económica, siempre hay un renacer de las doctrinas mercantilistas y proteccionistas que pregonan que los países deben tener una balanza comercial con superávit, buscando exportar cada vez más e importando lo menos posible.

  Frecuentemente se entiende mal lo que es la doctrina de la división internacional del trabajo. Algunos creen que ella significa que los países deben especializarse en determinados rubros, por ejemplo: están los que venden productos del agro, especialmente commodities o materias primas, y están lo que venden productos más sofisticados, por ejemplo computadoras o automóviles. Y parecería que un país exporta una cosa o exporta la otra. Si a esta simplificación de la doctrina se le agrega la tesis del "deterioro de los términos de intercambio" para los países productores de materias primas (los llamados subdesarrollados), tesis elaborada por economista argentino Raúl Prebisch hace casi cincuenta años, es fácil comprender que muchos analistas y periodistas rechacen la doctrina de la división internacional del trabajo. Con respecto a que existe en el largo plazo un deterioro en los términos de intercambio para las materias primas, no parece ser ese el caso. Es cierto que las commodities están sometidas a la ley de King dado que enfrentan una curva de demanda muy inelástica y muchas veces su oferta esta condicionada a factores climáticos (granos) o factores políticos (petróleo). Es por ello que las variaciones de precios suelen ser más violentas que para otros tipos de productos. Pero si analizamos los precios de la commodities en el largo plazo con el precio de algunos sofisticados artículos (por ejemplo: la rama de la computación) vemos que la caída ha sido mayor en estos últimos y difícilmente se pueda hablar de "deterioro en los términos de intercambio" para las materias primas.

  Un punto que hay que dejar sentado es que la doctrina de los costos comparados de David Ricardo simplifica la realidad debido a la tendencia de este economista a trabajar con modelos. Compara la producción de dos artículos, vinos y tejidos, por dos países: Inglaterra y Portugal y muestra que este último país es más eficiente que el primero en la producción de ambos productos. ¿Tendría que producir Portugal los dos artículos? Matemáticamente se demuestra que conviene que Portugal se dedique a producir aquel artículo para el cual tienen ventajas relativas (en el modelo el vino) y dejar la producción del otro (los tejidos) a Inglaterra,   aunque este país sea, también para su producción, menos eficiente. Luego, importaría desde Inglaterra los tejidos. Pero lo que es importante comprender es que el comercio internacional no es entre países sino entre empresas de distintos países. Y lo que puede ser más eficiente para una empresa dentro de un país quizás no lo sea para otra.

  De la doctrina de Ricardo no se deduce que un país se tiene que dedicarse a producir materias primas y otro país artículos más elaborados. Es probable que dentro de un país exista mayor eficiencia no sólo en la producción de materias primas sino también de otros artículos más sofisticados.

  El comercio internacional es como un camino de doble vía. Las exportaciones son iguales a las importaciones, y si los países ponen obstáculos a estas últimas, también ponen obstáculos a sus propias exportaciones. Si todos los países del mundo recurrieran a cerrar sus economías, lo que lograrían con ello es una disminución del comercio internacional y una baja en su crecimiento económico. Pretender aumentar las exportaciones bloqueando las importaciones es un absurdo. El mundo tuvo una lección de esto en la llamada crisis del '30. Los distintos países quisieron "pasarle la crisis" a sus vecinos, levantando aranceles a las importaciones, o sustituyendo importaciones,   y lo único que lograron fue una fuerte baja del comercio internacional a una tercera parte de lo que era antes de esos años.

  Un antídoto importante contra el proteccionismo mundial es la lectura de las obras del economista francés Frederic Bastiat. Este autor, que vivió en la primera mitad del siglo XIX, publicó algunos escritos cortos que son verdaderas obras maestras. Quizás el más interesante es el titulado "Ce qu'on voit et ce qu'on ne voit pas" (aquello que se ve y aquello que no se ve), principio que le sirve de base para muchos de otros artículos, por ejemplo la "Pétition des Fabricants de Chandelles, Bougies, Lampes, Chandeliers, Reverberes, Mouchettes,...." (Petición de   los Fabricantes de Velas...) a los miembros de la Cámara de Diputados de Francia. En ella los peticionantes solicitan a los legisladores el cerrar todas las aberturas, ventanas, claraboyas, etc. ya que hay un competidor que los aniquila. Si no se cierran esas aberturas, sus fábricas tendrán que cerrar y despedir a sus trabajadores, y esto no para aquí sino que producirá un cierre en cadena de otras fábricas de insumos diversos con sus correspondientes despidos y desempleo. El gran competidor, que desde afuera arruina sus negocios y el de sus empleados, es nada menos que el sol. Este escrito de Bastiat ridiculiza a todos aquellos que se oponen al comercio libre. Cuando leemos este escrito que tiene alrededor de 160 años notamos la gran actualidad de sus palabras.