Economía

La moneda es una institución

Rogelio Pontón

Cuando hablamos de institución estamos hablando de un ente permanente, es decir de algo que perdura a través de tiempo. Ello no quiere decir que esa institución no sufra modificaciones a través de tiempo o que, llegado el momento, desaparezca porque se enferma gravemente.

Entre las instituciones de la vida económica, la moneda es la más importante junto con el mercado aunque como expresamos en el párrafo anterior, puede desaparecer.

Se dice de la moneda que reemplazó al trueque, que no era más que un cambio de tipo directo. La factibilidad del trueque sólo es imaginable en poblaciones muy pequeñas y con un bajo nivel de ‘división social del trabajo’ y especialización.

En sociedades más complejas, con alta división social del trabajo, la moneda se convirtió en una necesidad y adquirió el carácter de ‘institución’.

¿Pero qué es la moneda?

A este respecto se han dado distintas respuestas, que no son más que una expresión de las funciones de la misma.

Algunos economistas, entre ellos el que fuera uno de los líderes de la Escuela de Friburgo, Walter Eucken, en su libro «Cuestiones fundamentales de Economía Política», sostenían que la característica principal de la moneda era la de ser unidad de medida o contable en el intercambio. Los precios de los distintos productos se tenían que expresar en una determinada unidad monetaria para que el intercambio de un bien por otro se pudiera concretar.

Otros autores, como el austríaco Ludwig von Mises, sostenían que la moneda era un ‘medio indirecto de intercambio’ y esta función englobaba también la de ser ‘unidad de medida’, dado que en caso contrario no podría cumplir su función en el intercambio. Se puede consultar su obra «Teoría del dinero y el crédito» (1912), que sigue siendo uno de los principales tratados de economía monetaria.

En el fondo, tanto la función de unidad de medida como la de medio indirecto de intercambio se necesitan mutuamente. No habría intercambio alguno si la moneda no fuese unidad de medida y no tendría más que un valor totalmente teórico si no sirviese para la realización de los intercambios.

Diversos autores fueron agregando otras funciones a las mencionadas más arriba, funciones que llamaríamos ‘derivadas’. Por ejemplo: la moneda permite el intercambio no solo en un espacio cercano sino, también, entre productos cuyos oferentes y demandantes están espacialmente alejados. Y más aún. La moneda permite el intercambio entre bienes no solo en el presente sino de bienes o servicios separados temporalmente. En este sentido, la moneda actúa como una especie de acumulador de valor en el tiempo. Esta última función, que une el presente con el futuro, sólo es posible si la moneda mantiene su valor a lo largo del tiempo. Esto permite el ahorro que es la base de la inversión y, consecuentemente, del crecimiento económico. Si la moneda se enferma, lo que ocurre en un proceso inflacionario, pierde en primer lugar su habilidad para acumular valor en el tiempo.

¿Pero cual es el origen de la moneda? No estamos haciendo la pregunta desde el punto de vista histórico sino de su fundamentación teórica.

Como lo mostró brillantemente Carl Menger en su obra «Principios de Economía» (1871), la moneda deriva de una mercancía de uso generalizado (capítulos IX y X de su obra).  La moneda no es una creación del príncipe o del Estado sino que se origina ‘catalácticamente’, es decir en el mercado.

La inflación o la deflación son enfermedades de la moneda, ambas distorsionan el funcionamiento del sistema de precios. Cuando las inflaciones superan el 10% anual la distorsión que generan es muchísimo mayor. En las grandes inflaciones esa distorsión ha sido muy importante. Recordemos la gran inflación alemana que alcanzó su pico en octubre del año 1923 con un aumento de los precios, en ese solo mes, de alrededor de 25.000 %. También recordemos las grandes inflaciones de Hungría, China y otros países. No podemos dejar de lado el gran deterioro que sufrió la moneda argentina desde su creación en 1881. Desde ese año hasta 1935, la moneda argentina sufrió una caída de 400% y desde los años ’40 hasta la actualidad de 10 billones de veces.

Las principales monedas mundiales han perdido en las últimas décadas valor y ello nos muestra que han sufrido de la enfermedad inflacionaria. En este momento no tenemos ninguna moneda que no esté afectada por la inflación.

Una economía moderna, de mercado, tiene millones y millones de artículos, muchos más que los que tenía la ex Unión Soviética, en los años ’80, para la que se estimaban alrededor de 25.000.000 de artículos y bienes diversos. Todos esos artículos, en un momento determinado, tienen un determinado precio expresado en una determinada cantidad de unidades monetarias.

Los mencionados son precios absolutos: un kilo de pan tiene un determinado precio y un kilo de carne otro precio. La relación entre esos dos precios se llama ‘precio relativo’. Pero el precio del pan se puede relacionar también con los precios de los millones de los otros artículos existentes y eso se puede hacer con el precio de todos los bienes.

Recordando que los precios son señales que responden a la apreciación subjetiva de los distintos actores de la economía y a la influencia de otras variables (costos, existencias, etc.), los mencionados millones de millones de millones de precios relativos, también varían, y podrían dar lugar a un modelo teórico de ‘arreglos repetitivos’ elevados a una potencia elevadísima. Si hablamos de 25 millones de artículos que cambian sus precios solo tres veces, tendríamos una cantidad de precios relativos de 3 elevado a una potencia de 25 millones, mucho mayor a la cantidad de átomos que hay en el universo que se estima en 10 a una potencia de 80.

Que los precios cambien no es malo, ya que al ser señales deben informar a todos los operadores de los cambios de apreciación que se producen en forma continua. Si no cambian es que la economía está congelada, muerta. Pero si además de las alteraciones naturales que los precios tienen le agregamos las alteraciones que se producen porque la unidad de medida no es un metro estable, la situación se torna mucho más compleja.

Pero de la misma manera que la emisión de moneda produce inflación y distorsión en los precios relativos, la disminución de la cantidad de moneda, o deflación, también produce una distorsión en los precios relativos. Tanto la inflación como la deflación son enfermedades de la moneda.

La relación de la moneda con la cantidad de bienes producida en un país, se torna más compleja cuando se le agrega la relación con otras monedas de otros países. Esta relación genera nuevas alteraciones de los precios relativos en el país original pero también produce alteraciones en los precios relativos de los otros países.

Todo lo anterior nos hace pensar que la mejor política monetaria es aquella que no produce alteraciones en los precios relativos (por inflación o deflación) pero, al mismo tiempo, que no está afectada por las oscilaciones de los tipos de cambio con otras monedas. Es por ello que lo más lógico es que exista una sola moneda a nivel internacional. Pero a veces, lo más lógico teóricamente, puede encontrar obstáculos en la vida política.

Se han propuesto distintos sistemas monetarios a nivel internacional, como los siguientes:

a) Un sistema de patrón oro o plata. Jacques Rueff, economista francés ya fallecido, fue el gran defensor del patrón oro.

b) Una combinación del patrón oro o plata, llamada patrón bimetálico. Puede desarrollarse un patrón ligado, donde el oro y la plata tienen una relación fija (como el que existió entre 15 unidades de plata por una unidad de oro), que lleva a la entrada en funcionamiento de la llamada Ley de Gresham, o un bimetalismo donde no hay ligazón entre los dos metales.

c) Una moneda emitida por un banco internacional, como lo propuso Lord Keynes a fin de la segunda guerra mundial (recordemos que el ilustre economista propuso la creación de una moneda llamada ‘Bancor’, emitida por un Banco Central Internacional). d) O dejar que las monedas fluctúen libremente como ocurre desde 1972. Esta propuesta fue defendida por el economista estadounidense Milton Friedman.