Economía

Las crisis y las economías de mercado

Rogelio Pontón

Se afirma frecuentemente que las crisis financieras y económicas son un subproducto de las economías de mercado. Peor aún: se sostiene comúnmente que los problemas de la crisis económica-financiera actual solo se van a solucionar con una mayor intervención estatal. Estas ideas se hacen eco de lo afirmado hace ya 150 años por Carlos Marx y otros autores. Vamos a mostrar que estas afirmaciones no tienen validez y que en el caso de la crisis que ha vivido el mundo en el 2008, y que siguen padeciendo algunos países el responsable último ha sido el intervencionismo estatal.

La teoría de los ciclos es central en la ciencia económica. Hasta los años ’30 era la cuestión más arduamente discutida por los economistas. Basta recordar la obra «Prosperidad y Depresión» (1937) del economista austriaco G. Haberler, donde se analizan las distintas teorías: de la subinversión, de la sobreinversión, las exclusivamente monetarias, las sicológicas, etc. Posteriormente, la concepción de Keynes, desarrollada en su obra «Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero» (1936), pasó a ser dominante, casi en exclusividad, en los textos universitarios.

Entre las mencionadas teorías se encuentran las elaboradas por Carlos Marx quien en su crítica al capitalismo explicó las crisis apoyándose en las siguientes ideas: subconsumo, elaborada en su libro «Theories of Surplus Value»;  caída de la tasa de beneficio, elaborada en el volumen III de su obra «Capital» y  desproporcionalidad, analizada también en las obras mencionadas y en donde se centra en el estudio de los desequilibrios que se registran en el mercado. Para Marx, este último «problema es endémico a las economías de mercado, y particularmente en la moneda, o cambio indirecto. Desde que el mercado no tiene un mecanismo de coordinación, toda producción e intercambio, de acuerdo a Marx, es caótico, sin coordinación, un régimen que el llama ‘la anarquía de la producción’» (Murray Rothbard, «Classical Economics», pág. 431).

Tanto la teoría del subconsumo como la de la caída de la tasa de beneficio se han demostrado erróneas, dado que dependen de su teoría del valor trabajo, por lo que no nos detendremos en ellas. Por el contrario, vamos a detenernos en la teoría de la desproporcionalidad entre la producción de bienes de consumo y bienes de producción.

Los mencionados desequilibrios, entre la producción de bienes de consumo y la producción de bienes de producción, se ven reflejados en el análisis de Marx sobre la reproducción simple y la reproducción ampliada. Posteriormente va a profundizar en forma más detenida esta teoría el economista ucraniano Tugan-Baranovsky, quien en su obra «The Industrial Crises in England», publicada en 1894, sostiene que las crisis económicas se producen por una tendencia a la falta de proporcionalidad entre las diversas ramas de la producción. Siguiendo a Marx, sostiene que esto es consustancial al sistema capitalista.

Para Baranovsky la crisis se produce porque «la distribución de la producción deja de ser proporcional: las máquinas, los utensilios, las tejas, las maderas de construcción, se piden menos que antes, puesto que las nuevas empresas no son numerosas. Pero los productores de los medios de producción no pueden retirar su capital de sus empresas, y, por otra parte, la importancia del capital comprometido bajo la forma de edificios, máquinas, etc., obliga a continuar produciendo (si no el capital inactivo no daría interés). Hay, por lo tanto, exceso de producción en los medios de producción».

La teoría de la desproporcionalidad está presente también en la obra de un autor que filosóficamente está en las antípodas de Marx y Tugan-Baranovsky, nos referimos al economista austriaco Friedrich Hayek quien admite esto en su libro «Precios y Producción» (1931), donde expresamente menciona a Tugan-Baranovsky.

Desde mediados del siglo diecinueve se percibía que el comportamiento de la producción de los bienes de consumo no era parecido al de los bienes de producción o capital. La producción de los primeros casi no sufría cambios de un año a otro mientras que los bienes de producción sufrían grandes alteraciones durante el ciclo. La diferencia entre una barra de chocolate y una máquina de producirlos radica en el ‘tiempo’. Mientras la barra se come en un instante, la máquina se usará durante 20 años o más y, por lo tanto, la tasa de interés juega un papel importante en el análisis del ciclo de los negocios.

La mencionada obra de Hayek usa el esquema del capital del Böhm Bawerk. Como había sostenido éste, en el segundo tomo de su obra «Capital e Interés» (1889), existen tres razones que justifican el interés. Las dos primeras son de orden sicológico y explican la preferencia temporal de la gente; la tercera, de orden técnico, se puede enunciar así: un volumen determinado de medios básicos de producción (trabajo y tierra) dará lugar a un mayor número de bienes y servicios de consumo si se aplica primero a producir bienes de equipo -que después se utilizarán para conseguir bienes de consumo- que si se aplica en su totalidad a la producción directa de bienes de consumo. Esta productividad de los métodos indirectos para producir bienes de consumo, además es tanto mayor cuanto más prolongado sea el proceso de producción de dichos bienes si bien, a partir de cierto punto, operan los rendimientos marginales decrecientes. El tipo de interés siempre será positivo, porque si fuera cero, los recursos productivos terminarían retirándose de la producción de bienes de consumo y se destinarían a la producción de bienes de equipo (aumento de los bienes de consumo del futuro), hasta que la escasez de bienes de consumo presentes llevaría a la aparición del tipo de interés positivo.

El tipo de interés, en Böhm Bawerk y en Hayek, es el regulador de la proporción entre la producción directa e indirecta de bienes de consumo o, por decirlo con terminología böhm-bawerkiana, el regulador de la circularidad o duración del proceso de producción. Según Hayek: «las subidas del tipo de interés….sirven para mantener el equilibrio impidiendo que tenga lugar una expansión indebida de la producción futura». En condiciones de pleno empleo, una baja significativa y duradera del tipo de interés desplazará recursos productivos desde la elaboración de bienes de consumo hacia la de bienes de equipo, ocasionando respectivamente una reducción y un aumento de la proporción que unos y otros bienes representan en el agregado de bienes y servicios producido por unidad de tiempo en la sociedad. El tipo de interés equilibra (y se equilibra) con la competencia entre la demanda de bienes de consumo presentes y la demanda de bienes de equipo, siendo esta última la demanda de bienes de consumo futuros.

En lo manifestado anteriormente Hayek tiene en mente la tasa de interés natural. Para él, ésta es la verdadera tasa de interés aunque, continuando con la concepción del economista sueco Knut Wicksell y de su mentor Ludwig von Mises, habla de dos tasas de interés: una tasa natural y otra tasa monetaria. La crisis se va a manifestar cuando a través de la inyección monetaria o del crédito, la tasa monetaria de interés baja de su nivel de equilibrio con la tasa natural y distorsiona la estructura de la economía. La baja de la tasa monetaria lleva a una inversión que no está justificada por un mayor ahorro: a una sobreinversión o malainversión. El posterior aumento de los precios de los bienes de consumo, lleva a un aumento de la tasa monetaria y a la crisis.

Como se pude deducir de lo anterior, el ciclo de los negocios y la crisis son una consecuencia de la inyección monetaria y de la desproporcionalidad entre la producción de bienes de consumo y de producción.

Otro economista que se ocupó de los ciclos fue Wilhelm Röpke, quien en su obra de 1932, «Crises and Cycles», presentó su teoría de la «supercapitalización», la que a diferencia de la de Hayek no es simplemente una teoría donde la inversión supera al ahorro en razón a la baja de la tasa de interés producto de la expansión crediticia.

Como dice Dennis Robertson comentando la obra de Röpke, «es cierto que en el mundo capitalista real la expansión del crédito es la que proporciona el combustible; pero mientras bajo el régimen capitalista el mecanismo coercitivo ‘esta representado por el sistema bancario, con sus cheques y sus cuentas de crédito’, en Rusia ‘está representado por la GPU, con sus rifles y sus ergástulas’. Además, aun cuando el nutrimento (ahorro) se suministrase con inequívoca espontaneidad, la supercapitalización no por ello sería menos supercapitalización; de aquí que los remedidos del profesor Hayek no son tales remedios (‘si el aumento de la capitalización ha tomado proporciones patológicas, un nuevo incremento de capital sólo lograría aplazar el movimiento de reversión, y ello exclusivamente a expensas de una reacción posterior y tanto más severa’) y su ‘supercapitalización’ no pasa de ser la especie más común de un extenso genero».

«¿Qué es, pues, ‘supercapitalización’ o ‘superahorro’, en este amplio sentido? Fundamentalmente es un producto del ‘principio de aceleración’: del hecho de que, cuando se ha llegado al límite de la capacidad, un aumento de x por ciento en la demanda de un artículo terminado o de un servicio implicará una subida de más de x por ciento en la demanda de nuevos instrumentos de producción, en tanto que todo retardo en el ritmo de incremento de la primera demanda comportará un descenso absoluto de la última por debajo de su nivel más alto. De aquí que, en defecto de una movilidad infinita e inconcebible entre las diversas ramas de producción, ocurran períodos de indigestión en los cuales la inversión -sea financiada como quiera- redunda en desgaste de las fuerzas de adaptación del sistema económico» (revisión de Dennis  Robertson a la obra de Röpke, «Crises and Cycles», 1936).

El fundamento de la teoría cíclica de Röpke radica en la división social del trabajo y en los rodeos indirectos de producción, de ahí que padecen de ciclos tanto los países de economía capitalista como los de economía socialista o comunista, es decir todas las economías modernas. A pesar de que los ciclos hasta cierto punto son inevitables, un estricto control monetario los aminora. Es fundamental también la mayor movilidad de los factores productivos.

Resumiendo: para los autores mencionados la crisis se produce por una desproporción en la producción de bienes de consumo y bienes de capital, sin embargo dicha desproporción tiene diferentes causas: para Marx, y más propiamente para Tugan-Baranovsky, esa desproporción es consustancial con la producción capitalista. Para Hayek se produce por una baja de la tasa monetaria de interés que lleva a una sobreinversión y para Röpke la desproporción se produce tanto en los sistemas capitalistas como socialistas y se debe al llamado ‘principio de aceleración’, aunque los efectos del ciclo se pueden disminuir si se mantiene una política monetaria disciplinada.

 De las teorías mencionadas, la de Röpke nos parece la más potable y de hecho tenemos varias pruebas concretas de las crisis en los países comunistas o de economías centralmente planificadas. Recordemos la caída del poderoso imperio soviético a comienzos de la década del noventa que tuvo una alta dosis política pero, también, económica. Ante de su caída se mencionaba que el PBI de la ex-URSS llegaba a alrededor del 75% del PBI estadounidense, y el que mencionaba esta cifra era el eminente economista estadounidense Paul Samuelson.

 En 1991 se estima que la población de la ex-URSS era de aproximadamente 293 millones de habitantes. Después de su fraccionamiento, el principal país de los 15 que constituían la ex-URSS es la Federación Rusa. Al año pasado este país tenía una población de 143 millones de habitantes y un PIB de 1,48 billones de dólares según los tipos de cambio del mercado. Según la paridad del poder adquisitivo de las monedas (PPA) la Federación Rusa tiene un PIB de 2,8 billones de dólares.

 Si tenemos en cuenta que la Federación Rusa debe ser un 60% de lo que era la ex-URSS Soviética, el PIB de todos los países componentes del imperio soviético sería de aproximadamente 2,4 billones de dólares según los tipos de cambio del mercado y de 4,7 billones según la paridad del poder adquisitivo de las monedas (PPA).

 Si tenemos en cuenta que el PIB de Estados Unidos llegaba el año pasado a alrededor de 15,7 billones de dólares, el PIB de todos los países que constituían la ex-URSS (según la PPA) sería de aproximadamente el 15,3% del PIB estadounidense, según los tipos de cambio del mercado, y de 30% según la paridad del poder adquisitivo de las monedas (PPA).

 Los números anteriores nos muestran dos cosas:

 a) Que no nos podemos fiar de los cálculos estadísticos en los países totalitarios, como eran los de la ex-URSS antes de su disolución.

b) En segundo lugar, y aún admitiendo que el PIB de la ex-URSS estaba exagerado (en realidad ese país tenía otra metodología de cálculo. En muchos renglones doblaba, triplicaba o más el PIB porque no consideraba el valor agregado, y en sentido contrario, subvaluaba el PIB, ya que no consideraba los servicios salvo los materiales –por ejemplo: el transporte), la ex-URSS sufrió una fuerte crisis  a comienzos de los ’90 relativamente superior a la crisis del 30.

 ¿Cómo podía producirse una desproporcionalidad entre la producción de bienes de consumo y la de bienes de producción en una economía centralmente planificada?

 La razón fundamental hay que buscarla en los errores de información. Veamos algunos ejemplos que muestran esos errores:

 a) El economista Henry Chambre, sacerdote jesuita discípulo del eminente economista Francois Perroux, cuenta en su libro sobre la economía soviética que las obras inconclusas (edificios, instalaciones, etc.) aumentaban rápidamente con respecto a la producción, es decir que la eficiencia del sistema era cada vez menor.

b) Cuando se construyó una gigantesca represa hidroeléctrica sobre el río siberiano Obi, simultáneamente se tenían que construir plantas para la producción de aluminio que se iban a alimentar eléctricamente con la producción de esa represa. La represa se terminó a término pero las plantas demoraron mucho tiempo en estar listas. c) Los canales de irrigación que tomaron agua del inmenso lago Aral prácticamente lo desecaron.