Economía

Las ventajas de la economía de mercado

Rogelio Pontón

Un gran economista, Walter Eucken, escribió en su obra «Cuestiones fundamentales de economía política», que existen solo dos formas de organización económica: a) economía de administración central y b) economía de mercado.

 En la economía de administración central las preguntas esenciales sobre qué producir, cuánto, cómo, por quién, para quién, en qué momento, etc., son formuladas a través de un plan elaborado previamente por un ministerio o Gosplan, como se lo llamó en la ex Unión Soviética. Son economías que se llaman planificadas.

En las economías de mercado las mencionadas preguntas no están formuladas en un plan previo sino son realizadas individualmente por las distintas personas, o empresas. Es decir que en vez de un único plan existen millones de planes. Estos planes son coordinados por el sistema de precios.

De las definiciones anteriores deducimos un aspecto que hay que recalcar: ambas formas de organización económica son planificadas; la diferencia existe en quién planifica. En las economías de administración central la planificación, como hemos dicho, corre por cuenta de un ministerio o gosplan. En las economías de mercado, la planificación es llevada a cabo por todos los actores intervinientes.

La economía de administración central no tiene problemas en cuanto a la coordinación, ya que el plan es elaborado previamente por un conjunto de técnicos usando distintas herramientas, como la llamada tabla de insumo-producto de Leontieff, o la programación lineal (se puede consultar el librito de Heinz Kohler, «Planificación y Bienestar», 1970, donde se analiza ambas técnicas como herramientas de planificación. Hay que recordar que ambas técnicas fueron elaboradas previamente por los economistas soviéticos). De todas maneras, y para una economía moderna, la planificación insume mucho trabajo y tiempo, y es sumamente rígida, limitando la flexibilidad de los agentes económicos. Esto lleva a una disminución en la cantidad de artículos y servicios ofrecidos y en la calidad de los mismos.

En las economías de mercado el problema fundamental consiste en la ‘coordinación’ entre los distintos planes. Para ello se necesita el sistema de precios, que es una especie de computador social descentralizado. Los precios surgen de la oferta y la demanda de cada producto o servicio y, a su vez, por la llamada teoría de la imputación o de la productividad marginal, esos precios determinan la formación de los precios de los factores productivos: mano de obra, tierra y capital.

Hace noventa años surgió un importante debate sobre la posibilidad del cálculo racional en un sistema socialista. Recordemos que a fines de 1917, una nación, Rusia, había pasado a tener un sistema económico comunista. El país había perdido la guerra con Alemania e internamente enfrentó entre 1919 y 1921 la guerra entre los llamados rojos, que respondían a los comunistas, y los blancos, que respondían a los antiguos zaristas y a tropas de las potencias occidentales que se habían visto traicionadas por las autoridades soviéticas. Se vivía un comunismo de guerra, en medio de una fuerte inflación, y no se sabía a ciencia cierta como podía funcionar un sistema socialista. Algunos creían que la moneda debía desaparecer dado que se suponía que era un invento capitalista.

 En 1920, en un artículo que le hizo famoso, Ludwig von Mises sostuvo que el cálculo racional no era factible en un sistema socialista ya que, por definición, la tierra y el capital estaban ‘fuera del comercio’, ya que no existe propiedad privada de los medios de producción. De no existir precios para los factores productivos, el empresario no puede realizar su cálculo de costos y, por lo tanto, no puede saber si ‘gana o pierde’ por su actividad.

 Otro economista, Oskar Lange, no estuvo de acuerdo con Mises y manifestó que era factible dicho cálculo y para ello desarrolló un modelo de ‘socialismo de mercado’. La posición de Lange fue apoyada más tarde por Joseph Schumpeter cuando manifiestó que dicha posibilidad surge «de la proposición elemental de que los consumidores, al evaluar (‘demandar’) los bienes de consumo también evalúan ipso facto los medios que intervienen en la producción de esos artículos» (en su obra «Capitalism, Socialism and Democracy», 1942. Schumpeter alude, por supuesto, a la teoría de la imputación).

Como dice Friedrich Hayek: «si se toma en forma literal, este aserto (de Schumpeter) es simplemente falso. Los consumidores no proceden en absoluto de esa manera. Lo que supuestamente quiere significar Schumpeter al decir ‘ipso facto’ es que la evaluación de los factores de producción está implícita en la evaluación de los bienes de consumo, o surge necesariamente de ella. Pero esto tampoco es correcto. La implicación es una relación lógica que puede afirmarse de manera significativa si se trata de proposiciones que se presentan en forma simultánea en la misma mente. Está claro, sin embargo, que los valores de los factores de producción no dependen únicamente de la evaluación de los bienes de consumo sino también de las condiciones de la oferta de los distintos factores productivos. Solo una mente que pudiera abarcar al mismo tiempo todos esos factores llegaría a la solución partiendo de los datos que se le han dado. El problema práctico surge, en efecto, porque todos estos datos nunca le son dados en esa forma a una sola persona, y porque, en consecuencia, es necesario que para la solución del problema se utilicen conocimientos dispersos entre mucha gente» («El sistema de precios como mecanismo para la utilización del conocimiento», Amorrortu Editores, 1965, pág. 48-49. El artículo original es de 1945).

La brillante contestación de Hayek muestra, con claridad, que los mercados de factores son una necesidad para tener precios de los factores productivos, y también para poder calcular racionalmente si existen o no beneficios para la empresa.

Otra ventaja de las economías de mercados es que permiten una mayor división de trabajo. Hagamos aquí una pequeña aclaración sobre el significado de la ‘división de trabajo’.

Lamentablemente, quién pasa por ser el padre de la economía política, Adam Smith, presentó al comienzo de su obra de 1776, «La riqueza de las naciones», un ejemplo que lleva a confusión: la división del trabajo en una fábrica de alfileres, donde distintas trabajadores realizan distintas tareas, uno corta el alambre, otro afina la punta, otro lo pinta, etc. El ejemplo no es oportuno ya que se refiere a la división de trabajo en un sistema de administración central, como es una empresa, y el verdadero concepto de división de trabajo es el mercado, donde las personas van a realizar transacciones libres y donde no existe un centro planificador. Nadie dispone que es lo que hay que producir o cuánto, de qué manera o con quién.

Esta ventaja de una mayor división de trabajo en las economías de mercado se puede demostrar empíricamente. Desde 1948 hasta la unificación de Alemania en 1989, teníamos dos países con dos sistemas económicos distintos: Alemania Occidental implantó a partir de 1948 lo que se llamó ‘economía social de mercado’. Alemania Oriental tenía una economía centralmente planificada como la de la ex URSS. Si se analiza como estaban compuestos los distintos sectores de la economía de las dos Alemanias en aquellos años, nos vamos a encontrar con que las empresas industriales, comerciales, agropecuarias y de servicios del sector comunista eran varias veces más grandes que en el sector Occidental. Esta es una prueba empírica de que las economías centralmente planificadas tienden a una mayor concentración y, por lo tanto, a una menor división social del trabajo. Para los cánones de Alemania Occidental, las empresas de Alemania Oriental eran gigantescas.

Una economía de mercado también tiene otra ventaja, cual es el aprovechamiento del conocimiento disperso de todos los participantes, especialmente el llamado conocimiento de aquí y ahora, es decir circunstancial, tan importante en las actividades económicas como lo ha mostrado Hayek en  el escrito citado más arriba.

También se puede considerar que la economía de mercado es más efectiva en el aprovechamiento del conocimiento científico, ‘no circunstancial’, como puede ser el originar o aprovechar una determinada fórmula o teoría. Cuando la utilización de ese conocimiento o su investigación depende de los burócratas que están por arriba en la escala jerárquica, muchas veces ese conocimiento no se puede aprovechar. A este respecto existen muchos ejemplos, como la no aceptación en los años cuarenta en la ex URSS de determinadas teorías en el campo de la biología. El biólogo en el poder, Trofin Lysenko, atrasó durante años la investigación genética pues él, por ser partidario del lamarckismo, no podía aceptar las nuevas concepciones sobre la genética del neodarwinismo. El genial genetista Nilolai Vavilov pagó con su muerte en un campo de concentración el no estar de acuerdo con Lysenko (ver de Zhores y Roy Medvedev la obra «Stalin desconocido», 2005, donde dedica un capítulo analizando este tema).

Un aspecto fundamental para que el sistema de precios funcione eficientemente es la transparencia de los mercados y para esto es fundamental que exista ‘competencia’. Si un mercado está dominado por una de las puntas, que concentra enorme poder y participación, el sistema de precios está parcialmente viciado. Y esto ocurre en los mercados ‘monopólicos’, tanto en la oferta como en la demanda. El monopolista, a través de la regulación de la cantidad, obtiene grandes beneficios. Es cierto que también los monopolios enfrentan alguna dosis de competencia, por otros productos o, virtualmente, por la posibilidad de que otro oferente o demandante pueda ingresar al mercado. Pero en todo esto cabe una cierta intervención estatal, a través de leyes que regulen la concentración, leyes que fueron fundamentales en la época del milagro económico alemán, como el dictado de la ley anticartel en los años cincuenta. Como dijo en su momento uno de los artífices de la economía social de mercado y que fuera Ministro de economía en esos años, Ludwig Erhard, dicha ley era fundamental para esa doctrina económica.

 Otro elemento que es importante para la existencia de transparencia en las transacciones sobre determinadas mercaderías, como pueden ser los cereales, hortalizas, hacienda, minerales, etc. es la existencia de mercados concentradores o bolsas, ya que permiten que los participantes tengan una mejor información sobre los precios, producción, demanda etc., información que está localizada en un determinado lugar. Al mismo tiempo las bolsas permiten equilibrar las fuerzas de la oferta y la demanda. Estos entes se ven facilitados en su accionar si la intermediación es realizada por agentes especializados. Como hemos expresado en Semanarios anteriores, de no existir bolsas y corredores bursátiles el negocio de granos tendería a la balcanización, como de hecho ocurre en la comercialización de otros productos.

Desde principios del siglo veinte, los descubrimientos de Albert Einstein, en cuanto a la teoría de la relatividad restringida, permitieron construir una teoría del continúo espacio-temporal de cuatro dimensiones. Y esto también es válido en materia económica. Los precios de los productos no sólo son precios hoy, espaciales, sino que hay precios mañana, futuros, que por supuesto tienen una fundamental relación con los precios hoy a través de la tasa de interés que, como sabemos, mide la preferencia temporal de la gente. Es por este motivo, que no sólo deben existir mercados que negocien la mercadería spot o disponible, sino también mercados de futuros, donde a través de contratos de futuros, opciones, etc. se puedan ‘asegurar’ precios.

Se ha tratado de mostrar en este artículo la necesidad de los mercados. Por supuesto que nada es perfecto en este mundo y muchos podrían llenarse la boca sosteniendo problemas en los mercados a lo largo y ancho del mundo y de la historia. Pero como se dijo de la democracia: «aunque imperfecta, no existe ninguna mejor forma de gobierno».